Domingo 26 de Marzo de 2023

RESEÑAS

17 de junio de 2022

Todo está guardado en la memoria

Con dirección y puesta en escena de Christian Alvarez y actuaciones protagónicas de Mónica Toquero, Gisela Bernardini, Ebelyn Rita y Marichi Bernard, “La edad de la ciruela” propone un recorrido hacia el pasado: volver a la casa de la infancia. Una historia sobre tres generaciones de mujeres habitadas por las huellas del tiempo. La obra se puede ver mañana sábado a las 21 en Espacio Dorado (Tucumán 1349).

La sala “Espacio Dorado” del Centro Cultural de La Toma está colmada. Hay expectativa en la fila que se forma delante de la boletería en el hall del histórico edificio de Tucumán 1349. Suena de fondo la canción “Pasos” de Malena Muyala como una especie de prólogo musical a la obra. En las paredes cuelgan fotos, afiches, consignas, banderas. Sobre los desaparecidos de la dictadura, sobre la lucha, sobre sueños de libertad, sobre el dolor de un país roto y violento. En el lugar se respiran recuerdos. Y nada es casual. “La edad de la ciruela” de Arístides Vargas es una obra sobre las cicatrices invisibles del tiempo que quedan alojadas en el cuerpo.

Un interrogante se dispara como un dardo filoso que toca algo profundo: ¿dónde quedan los abrazos que no se dieron a tiempo? Eleonora manda una carta a su hermana Celina anunciándole la inminente muerte de la madre. Y a través de las palabras brotan recuerdos que se van hilvanando en un horizonte brumoso de olores, objetos, lugares y rostros que ya no están. Un baúl viejo y gigante ocupa el escenario, las hijas adultas se vuelven niñas de repente, la casa familiar con el árbol del ciruelo en el jardín cobra vida. A partir de entonces el ovillo de la pregunta comienza a desmadejarse por recovecos y desvanes ocultos del pasado. Las hermanas se proponen rescatar los abrazos olvidados en la antigua casa de la infancia con el único artefacto posible hasta ahora conocido: la memoria.

Con trazas del realismo mágico latinoamericano, el guion del reconocido dramaturgo mendocino Vargas -que vivió en el exilio durante la dictadura en el país- cuenta la historia de un universo femenino donde se vislumbra un entramado de ausencias, pérdidas y sufrimiento. Cada una de las mujeres del libro lleva en su cuerpo una revolución de deseos: la tía Adriática quiere volar, la tía Jacinta esconde un amor fervoroso, la tía Victoria odia las clases de violín, la criada Blanquita quiere dejar de servir. Y las tías abuelas María, Gumersinda y Francisca lidian con una vida monótona predestinada a cumplir con el rígido e incuestionable mandato de ser madres y esposas sumisas. Eleonora y Celina son las herederas de este castillo familiar de tres generaciones de mujeres que buscan un destino liberador. En un bucle maravilloso del tiempo esta obra concebida en el año 1996 adquiere una enorme vigencia en la actualidad con el movimiento de mujeres en las calles que batalla contra el status quo de un mundo patriarcal.

Las cuatro actrices –Mónica Toquero, Ebelyn Rita, Gisela Bernardini y Marichi Bernard- forjan un trabajo minucioso y destacado en lo dramático y emocional. En un despliegue infatigable, con precisos cambios de vestuario en el pase de las escenas, parecen multiplicarse como una mamushka infinita: son abuelas, tías, hermanas, madres e hijas. Hay una continuidad escénica que se advierte desde el primer movimiento: las protagonistas deambulando en derredor del público. Girando en círculo, caminando, cargando en sus cuerpos con el peso de la historia. Todo sincronizado con una puesta sobria y minimalista, a tono con el hilo nostálgico de la obra, que se potencia con el manejo velado de luces y sonidos bajo la atenta dirección de Christian Álvarez.

Cuando termina la función, el aplauso es unánime. En la breve escalinata que conduce a la salida de la sala “Espacio Dorado”, los pasos son lentos y se observan rostros emocionados. Como un eco que retumba en las paredes, aun se escucha la pregunta del principio de la obra: “¿Por qué será que una cree que no entregó a tiempo los afectos y no se da cuenta de que a los otros también se les hizo tarde para abrazarnos?”. Y, en el frío de la vereda, hay espectadores que se abrazan mientras esperan un taxi de vuelta a casa.

Por: Facundo Petrocelli

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