RESEÑAS
10 de junio de 2022
Súbito, el alegre hospedaje
En una calle al borde del colapso vehicular en hora pico se esconde un bar americano, como un espejismo de otros tiempos. Muchos entran, pero tardan en salir. Adentro la charla fluye y el abrazo en la barra es la contraseña para el saludo.
Apenas una ligera resolana ingresa por el túnel cavernoso de la Galería Mercurio, un pasadizo oculto con baldosas pulcras que parece extenderse hasta el infinito. Del techo cuelgan globos lumínicos de luz blanca y tenue y, a los costados, una sucesión de locales exhibe sus mercaderías con un dejo de nostalgia: santerías, antigüedades, sellos postales, souvenirs. Hasta un teléfono público que funciona con monedas, está instalado sobre una pared. Los pasos se retardan, se empastan, se vuelven morosos. El tiempo parece evaporarse, la señal del celular desaparece. Atravesar la Galería Mercurio, que comunica las calles Mitre y Sarmiento, aliviana.
En un recodo de la puerta de ingreso a la Galería, por calle Mitre, está “Súbito Bar”. Una pecera vidriada con barras a lo largo de dos ventanales que resiste con mansedumbre el paso de los años, como un territorio virgen o una reserva natural. Parece que no hay quien se atreva a corromper su esencia de asilo del ruido urbano. Apenas me siento en la barra, percibo un clima de domingo familiar. Un aroma de la infancia sale de la cocina. Un gesto amigo o una palabra necesaria, vienen escondidos en un café negro o en una lágrima con copo de espuma. Un menú breve y expedito se anuncia en cartulinas de colores que cuelgan de los ventanales: un carlitos en pan árabe crujiente, una hamburguesa que desafía la ley de gravedad, un menditegui rebosante de salsa golf o una tortilla americana que traspasa los límites del plato. Son las especialidades de la casa que capturan los estómagos desprevenidos de los que bajan en la parada del colectivo de Mitre y Rioja, de los que huyen de las oficinas a la hora del almuerzo o de los que caminan con paso apurado por un trámite en hora pico.
Súbito emerge como un oasis en el corazón comercial y financiero de Rosario, donde el batifondo de bocinazos, frenadas, caños de escapes, sirenas, silbatos de agentes de tránsito, insultos de conductores impacientes y taxis en carrera demencial disputa un lugar selecto en el ranking mundial de contaminación sonora. Y justo allí, en medio de ese maremágnum colosal, aparece Súbito con su esfera de cristal, como un alegre hospedaje.
Por: Facundo Petrocelli