Domingo 26 de Marzo de 2023

RESEÑAS

28 de abril de 2022

El Diablito, la casa de todxs

En el Downtown rosarino hay un bar que es un faro de la noche, un lugar de paso obligado. Después del teatro o antes del boliche todos los caminos conducen a este bar mitológico repleto de leyendas urbanas. En Maipú 622, tragos, tapeo y música es una propuesta irresistible.

Durante la mañana la calle Maipú, en horario laboral, entra en colapso. Convertida en carril exclusivo para transporte público, es una arteria vital del microcentro rosarino por donde circulan colectivos y taxis a velocidad supersónica. Pasando calle Santa Fe en dirección a la Aduana, las veredas se vuelven angostas y los transeúntes caminan en fila india haciendo equilibrio para no caer del cordón con teléfonos celulares pegados a las orejas. Antes de la esquina con calle San Lorenzo, en el número 622, el bar El Diablito pasa desapercibido con las persianas metálicas bajas: el cartel que anuncia su nombre parece un decorado que alguien olvidó retirar de una mudanza. Pero cuando las sombras del atardecer se proyectan en la ciudad, este bar diminuto, al borde de una calle estrecha que baja al río, abre el telón con un farolito colorado en la puerta anunciando la bienvenida a las almas noctambulas que llegan con sed de encuentro.

En su interior el bar late con mansedumbre, reina una calma domesticada. No hay ruidos de autos, ni bocinas, no hay un afuera peligroso y demandante. Un mar de conversación inunda la sala en penumbra mientras un disco de jazz suena, entre breves pausas de silencios, con ráfagas de saxos y trompetas. Algunas risas aisladas, rostros jóvenes que comentan un recital, poetas que discuten sobre métrica y ritmo de un verso. La barra es el sector para los corazones solitarios donde los vasos de whisky forman misteriosas aureolas que quedan tatuadas en la madera como mensajes de náufragos. En el fondo, antes del baño, un sillón largo de terciopelo oficia de embajada a amores apurados que se esfuman a última hora de la madrugada.

Se cuenta que este bar mucho antes fue un sitio llamado escorpión, donde tripulantes de barcos mercantes que recalaban en el puerto iban por un trago, una mujer o un antídoto para vencer la melancolía. Se cuenta que el mismísimo Fredy Mercury, de gira con Queen, estuvo emborrachándose en un rincón cerca del ventanal y hablando rosarigasino con su inglés británico como un parroquiano más. Se cuenta que una noche interminable de copas el hijo prodigio de la ciudad se zambulló en el piano y cantó hasta el amanecer un repertorio íntimo: canciones poderosas y únicas con olor a infancia. El Ulises que siempre vuelve a su ciudad de pobres corazones.

El Diablito es un secreto a voces, un lugar de culto. Hace más diez años que funciona en el mismo lugar, con la misma fórmula: encapsular el tiempo en una botella que se bebe despacio y con amigxs.

Por: Facundo Petrocelli

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