RESEÑAS
15 de marzo de 2023
Un teatro lleno de agua
El sábado pasado se presentó “Una casa llena de agua” en una sala colmada del teatro Mateo Booz. El unipersonal protagonizado por Violeta Urtizberea y dirigido por Andrea Garrote es el primer trabajo dramatúrgico de la reconocida escritora Tamara Tenembaum. Un monólogo delicioso y potente que indaga sobre los miedos, deseos y sueños de una joven niñera que trabaja por horas en una casa acomodada durante la década del 90.
Hay una atracción inicial, fulminante, que mueve los cimientos del teatro. Las primeras líneas que Violeta Urtizberea lanza desde el escenario, sentada sobre un mueble en una habitación de niña, tienen el efecto inmediato de conmover. Tras algunos amagos, como buscando la manera más clara de decirlo, Milena –la niñera adolescente compuesta por la actriz porteña- con un dedo levantado y una voz que tiene un tono preciso y cautivante, explica a Angie la jerarquía de la humillación de una mujer en una casa de clase alta: mucama, niñera o maestra particular. Todos trabajos feminizados unidos por una palabra que resulta tan pesada como un ancla: sacrificio. El texto de Tamara Tenembaum abre en la primera escena la caja de Pandora, una historia en apariencia amable y graciosa pero que navega entre tiburones. El agua empieza a filtrarse entre las butacas atornilladas del Mateo Booz.
Angie, la bebé, parece escuchar con atención el monólogo desbordante -que fluctúa de la ilusión a la angustia sin escalas- de su cuidadora. Milena estudia biología, siente admiración por la vida evolucionada de los pulpos y desea viajar a la cuenca del Mediterráneo para conocer el mundo marino. En la casa donde trabaja hay un matrimonio que amenaza derrumbe y vive envuelto en capas de silencios. Los padres de Angie, sus jefes, circulan por andariveles paralelos y lejanos que no se tocan. Él, ocupado en viajes de negocios. Ella, llorando su crisis de maternidad por los rincones de la mansión. Milena es un tsunami que crece con sigilo en la habitación de Angie a punto de tragarse toda la casa.
El ritmo de la obra es intenso y arrollador. Urtizberea se luce con un dominio absoluto de tiempo y espacio. Su cuerpo se agiganta, se estremece, se agita, se conduele. Va y viene en un escenario ceñido al mobiliario de un cuarto infantil donde transcurre toda la acción. Cada paso, cada respiración, cada gesto construye un clima que arma y desarma a medida que avanza el relato. El despliegue corporal es incesante y ensancha los estrechos límites escénicos con una frescura maravillosa. La precarización laboral de los 90, las aspiraciones truncas del ascenso social, el deseo de maternar, el rol marginal de la mujer en la sociedad y la incertidumbre del futuro son los hilos invisibles que pulsan la trama.
Ese mundo de contornos indefinidos y frágiles previo a la adultez, que se llama adolescencia, entra en zona de riesgo cuando Milena se siente asaltada por un deseo que quema como un volcán. Los “ojos de caballo” del padre de Angie la impulsa en un espiral incontenible de atracción y encuentros clandestinos. Hay algo en la figura de ese hombre mayor que la encandila. La lleva en auto a su casa en el barrio de Monserrat, la acompaña a una asamblea universitaria, la invita a cenar y a hoteles carísimos. Y ella accede con mezcla de ingenuidad, ternura y fascinación. Hasta que un acontecimiento inesperado irrumpe con la fuerza de un huracán para cambiarlo todo. De allí en adelante, Milena verá tambalear los planes de viajar, su carrera universitaria, la relación con su novio Hernán, su futuro. Un rugido profundo y desolador aparecerá en forma de fogonazos desde su pasado: un padre borracho, una madre ausente, un viaje de niña desde su Neuquén natal a la casa de una madrina en Capital, un internado de pupilas, un accidente en una pileta en el que casi se ahoga. Otra vez el agua como recurso narrativo que tensiona la trama y un pasaje dramático altísimo de Urtizberea que entrecorta la respiración del público.
Sobre el final, la obra transita por un desfiladero de emociones contenidas. El fluir de la conciencia se desboca y estallan los diques de una angustia larvada, cocinada a fuego lento en los entresijos del monólogo. Milena se despide de la beba Angie vaticinándole un porvenir mucho mejor que el suyo y las lágrimas parecen inundar el teatro.
Por: Facundo Petrocelli