TEXTOS
11 de diciembre de 2022
Tetas
Por Facundo Petrocelli
Las primeras tetas que Rosaura vio fueron las de su bisabuela paralítica y quedaron grabadas en su memoria para siempre. Tenía catorce años. Su madre trabajaba durante todo el día como cajera en un supermercado chino, su padre se había ido con otra mujer y su abuela atendía la lencería que funcionaba en un local anexo al garaje de la casa. Rosaura pasaba todas las tardes leyendo en un patio de baldosas ajedrezadas mientras remoloneaba a sus pies su gato Rogelio. Esas tetas exangües, rugosas, parecían dos viejos papiros marchitos y babilónicos. La visión de esas tetas milenarias, como ruinas prehistóricas, produjo en Rosaura una fuerte impresión de soledad y olvido, pero también de tiempo amontonado como hojas de otoño. Hija única, todo su mundo se reducía a ese patio doméstico de malvones y paredes agrietadas, la somnolienta compañía de Rogelio y las lecturas de los libros de aventuras que pedía prestado en la biblioteca popular del barrio. Sus preferidos eran Julio Verne, Emilio Salgari, Mark Twain, Alexandre Dumas. Pero cuando leyó Mi planta de naranja lima su mundo estancado en el patio pareció moverse un poco. Esa tarde coincidió con el descubrimiento de las tetas más antiguas de la casa. La abuela de Rosaura se encargaba de asear y bañar diariamente a la bisabuela cerca del mediodía. Luego le hacía una sopa caliente y la dejaba toda la tarde sentada en el sillón mecedora del comedor con la radio de tangos prendida hasta que volvía de la lencería. Nena mirame a la nona, le indicaba a Rosaura por la ventana del patio cuando se marchaba. Pero aparentemente la tarde del hallazgo hubo un descuido en esa repetición fordista de rutina cotidiana. Rosaura leía absorta Mi planta de naranja lima en el patio y cuando levantó la vista se encontró con el cuadro surrealista de su bisabuela con el torso desnudo. Ese descubrimiento le produjo una conmoción inexplicable que sacudió sus horas taciturnas de lectura. Al principio no supo qué hacer, pero por alguna extraña razón no podía moverse. Nunca había visto otras tetas reales que no fueran las suyas que exploraba con curiosidad frente al espejo luego de bañarse. Las tetas mustias e infelices de su bisabuela no coincidían con sus tetas expectantes y ansiosas pero la asaltó un profundo desasosiego y angustia que no terminaba de definir si se debía a la trama triste del libro interrumpido o al toples anacrónico e inverosímil que tenía enfrente de sus ojos. Miró a Rogelio como esperando una respuesta sobre el destino universal de las tetas. Si existe algún remedio contra la vejez o la violencia silenciosa del tiempo. Si la bisabuela aun recordaba las manos anhelantes que alguna vez recorrieron esas tetas momificadas que ahora estaban allí como objetos inanimados mientras escuchaba -¿escuchaba?- los tangos de la radio. Rosaura decidió sacarse la remera y desabrocharse el corpiño. Pensó que de esa manera su bisabuela se sentiría más acompañada. Rogelio maulló levemente, Rosaura abrió el libro y siguió leyendo.