TEXTOS
30 de noviembre de 2022
Cama de hospital
Por Facundo Petrocelli
Nunca escribí una carta, es la primera vez que lo hago y desde siempre quise hacerlo. De chico espiaba a mi hermana leer las cartas de su primer novio. Cuando ella no estaba en casa me metía en el placard de su habitación donde las leía una por una. Guardaba una importante colección que escondía cuidadosamente en una caja de zapatillas entre souvenirs de cumpleaños, caracoles de Mar del Plata y monedas viejas fuera de circulación. Eran cartas fogosas, atrevidas. Más bien, pornográficas. Suficientemente expresivas e imaginativas. Podía quedarme horas enteras viendo esos dibujos fálicos, cubistas, de proporciones hercúleas trazados con vehemencia en esos bocetos clandestinos. Mi hermana era virgen aunque dudo que haya resistido beatíficamente esos potentes embates epistolares. Más de una vez escuché ruidos extraños durante la madrugada en su habitación y en el zaguán. En esa época la virginidad era una cuestión de estado en el barrio, una especie de tesoro sagrado. Vengo de una familia tradicional católica apostólica romana. No hace falta recordártelo. Tu familia lo tomó mejor, pero mi padre cuando le dije que era gay y que estaba enamorado de vos, tuvo un infarto de miocardio y nunca más volvió a hablarme. Ni cuando contraje esta puta enfermedad que me está matando en cómodas cuotas. Quizás sea eso: esta sensación de muerte diaria lo que me lleva a tomar esta decisión triste e irremediable de tener que decirte que lo nuestro debe terminar hoy y para siempre. Ayer cuando viniste a verme noté tu embotamiento, tu cansancio acumulado, tus gestos marchitos de espera, tu mirada extraviada, tu deseo de estar en cualquier lugar del planeta menos sentado en esa silla desvencijada que cruje como un acordeón desafinado cuando estiras las piernas. Al principio me hablabas y me tomabas cariñosamente la mano. Hace más de un mes que te veo allí con la ansiedad de quien está en la fila de un banco esperando el turno para que lo atienda el cajero. No quiero darte lástima entubado en esta cama de terapia intensiva con vista a la rotisería de la esquina. El olor de pollo asado que entra por la ventana es aun lo que me mantiene a flote. Vivo, si no es mucho decir. No por el ansia de comer, hace meses que perdí el apetito e imposible recuperarlo con la comida del hospital que bien ganada tiene su fama de asquerosa. Es por la familiaridad que me provoca ese olor, de recordar los momentos que fuimos felices. Nunca supimos hacer un asado, ni siquiera prender el fuego. De hecho luego de ver esa abominable y sádica película francesa que mostraba la cruenta matanza de una indefensa oveja en un ritual satánico decidimos hacernos vegetarianos. Así y todo ese olor que viene de la parrilla neutraliza el tufo penetrante de la lavandina con que desinfectan los pisos y el sudor rancio de los cuerpos enfermos y moribundos con quienes comparto la estadía. Ese olor de pollo asado, esa ventana y esos árboles con ramas desnudas de otoño son algunas formas a mi alcance para acercarme a vos. De poder irme de esta cama, de estos cables, de este cuerpo enfermo para volver a respirar aire de verdad y no gas símil oxigeno de este tubo oxidado que tengo al lado como mi ángel de la guarda. En fin, no te escribo esta carta para culparte, ni reprochar nada, sino para anunciarte formalmente el final de nuestra relación. No hay manual, ni protocolo que enseñe o indique la manera correcta de terminar un vínculo, ni formulario que podamos completar para quedar exento de responsabilidad. Tampoco hubiere deseado que mi primera carta que escribo fuera una carta de ruptura, de separación, de desamor. A diferencia de aquellas cartas incendiarias del placard de mi hermana. Pero créeme que nunca fui tan feliz y el prefijo des si querés tachalo. Como esa campera reversible que te regalé para nuestro aniversario que la podías usar de ambos lados, esta carta se puede leer de la misma manera: de amor o desamor, de vida o de muerte. Posdata: Te relevo de asistir a mi simulacro de funeral en esta cama de hospital y te invito al verdadero con la esperanza de que vayas con la campera del lado que a mí más me gustaba.