CRÓNICAS
16 de noviembre de 2022
Espacios culturales: luces que se apagan en el alma
El sector artístico autogestivo necesita una norma que ampare su actividad y contemple reglas claras, seguras y previsibles. La Chamuyera y Micelio, postales del pasado y presente de una lucha histórica por permanecer. Un nuevo proyecto de ordenanza que ingresó en el Concejo Municipal a mediados del 2021 duerme en el fondo de un cajón.
La cultura alternativa y emergente –por fuera del circuito comercial y estatal– transita por un camino sinuoso. Según un relevamiento realizado en Ecos365, cerca de 40 centros culturales han cerrado sus puertas en la última década. Este panorama crudo y desolador se completa con el reciente cierre del mítico Bar Berlín, un símbolo de la movida cultural de la ciudad, que dejó de funcionar luego de 24 años. Una herida abierta en el pasaje empedrado Fabricio Simeoni, por el que deambularon varias generaciones de rosarinos. El problema es que estos espacios, como rubro de habilitación, no existen para la ley municipal. Es decir, los lugares donde los artistas gestan sus producciones, enseñan, se perfeccionan, estudian y exhiben sus obras no tienen una categoría jurídica plasmada en una ordenanza, por lo cual muchos de ellos se desenvuelven en la clandestinidad y quedan expuestos a clausuras y multas que ponen en jaque su existencia. Este limbo legal, más la paralización del quehacer cultural por dos años de pandemia fueron los desencadenantes de las dificultades que hoy atraviesa el sector: escasos recursos por falta de ingresos durante el parate pandémico que se acentúa por la crisis económica actual y sin una ordenanza que los regule, los espacios de arte son empujados al borde del precipicio.
Un poco de historia
La lucha de los espacios culturales por ser reconocidos en un marco jurídico propicio y adecuado a sus características es de larga data. El antecedente normativo más inmediato fue una propuesta de ordenanza impulsada en septiembre del 2015 por el colectivo Espacios Culturales Unidos de Rosario (ECUR), que nucleaba a la producción artística independiente de la ciudad. Dicho proyecto, que pretendía reglamentar los espacios como clubes sociales y culturales, nunca llegó al recinto y quedó trunco. Algunas versiones atribuyeron el naufragio de este intento de ordenanza a presiones provenientes del sector empresario de los boliches bailables por temor a una diáspora de jóvenes de las discos ante una oferta cultural más variada.
A partir de entonces se produjo en la ciudad un cierre masivo de espacios y bares culturales que fueron sucumbiendo con la recesión económica de aquellos años: El Olimpo, El Espiral, La Chamuyera, La Isla, Nómade, Bienvenida Casandra, entre otros. El aumento exorbitante de los costos (alquiler, servicios de luz, agua, gas e internet) sumado a la orfandad de políticas públicas orientadas al fomento y sostén del mundo artístico fue el combo explosivo que arrasó con numerosos lugares de encuentro e identidad cultural.
El año pasado el Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (CREC) retomó la posta de poner otra vez en agenda la necesidad de una norma que establezca una figura comprensiva de la vida de los espacios culturales. La legislación municipal que se les aplica en la actualidad resulta excesiva e inadecuada porque no se concilia con el objeto y desenvolvimiento del hecho artístico en las diversas facetas que involucra su gestación, enseñanza, exhibición o difusión. Es la Ordenanza Nº 7218 de espectáculos públicos que regula la nocturnidad y actividades ligadas a locales bailables. Una normativa vetusta que tiene más de dos décadas y cuya regulación no atiende a las propuestas creativas desarrolladas en los centros culturales independientes, las cuales no se llevan a cabo solo en horario nocturno, sino también y principalmente durante el día, ni tampoco se dedican a servir comida o bebida como si fueran un bar.
Sin un marco legal adecuado que los regule, los espacios culturales han debido bajar las persianas al padecer continuas inspecciones municipales que derivan en clausuras y multas por falta de habilitación. O, en su caso, por inobservancia de requisitos de infraestructura que resultan superfluos o de imposible cumplimiento. Al no encontrarse habilitados tampoco pueden acceder a subsidios o créditos que brinda el Estado y deben abonar tasas y contribuciones en la misma medida que los locales comerciales.
Los datos que arrojó un censo efectuado por el CREC son alarmantes y dan cuenta de una perspectiva sombría que exige una rápida respuesta del Estado municipal: de los 70 espacios culturales que fueron relevados, una decena cerraron entre marzo y junio del 2021, sumados a los más de veinte que desaparecieron en los últimos cinco años. A este mapa amargo de cierres se suma el caso reciente de Berlín, como tantos otros entrañables lugares que ya no están: Bar del Mar, Oui, Jekill and Hyde, Kika, Club 1518, por nombrar algunos otros que son solo recuerdos.
Hoy el Centro Cultural La Angostura (Pasco al 500) se encuentra en el tembladeral de la desaparición. La imposibilidad de renovar el alquiler y un negocio inmobiliario que se planea en el sitio que ocupa ponen en riesgo su continuidad tras 15 años de existencia y más de dos mil eventos culturales realizados en este espacio autogestivo.
El fantasma de la Chamuyera en la Casona Yiró
“La Chamu” fue un reducto bohemio y una contraseña para los habitués insomnes que prolongaban la noche hasta la última estrella. Allí se juntaban amantes del tango, del jazz y del ajedrez. Bailarines, músicos, poetas sin paradero conocido. Este lugar fue creciendo en popularidad y forjó un sentido de pertenencia del mundo artístico hasta su cierre en 2016, como tantos otros emblemas culturales arrasados por la especulación inmobiliaria y la falta de normas que les brinden apoyo. Su célebre fachada fileteada fue reemplazada por una moderna torre de departamentos.
En la actualidad, no obstante, el espíritu del bar se trasladó a la Casona Yiró, una antigua y gigantesca casa palaciega ubicada en San Lorenzo 2157 que data de 1920. Allí se puso en marcha un proyecto cultural a través de la fundación “Corrientes Cultural 1380” comandada por Marcos Raviculé, el creador del extinto bar “La Chamuyera”.
Carlos Silva, abogado y docente en la Facultad de Derecho y de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario, es el actual director del proyecto de la fundación al que define “como un proyecto colectivo, participativo, comunitario y militante que tiene un objeto básicamente cultural tendiente a la puesta en valor del patrimonio artístico”.
En la casona se llevó a cabo un proceso de restauración para preservar los detalles arquitectónicos originales del inmueble, como los vitreaux, la escalera, techos, balcones y pisos. Actualmente se desarrollan encuentros de escritores, obras de teatro, espectáculos musicales, clases de danza y actividades de meditación, yoga y holística.
Consultado sobre la problemática que afecta al sector cultural, Silva afirmó que es insostenible que la ciudad “siga sin una ordenanza de protección y promoción de espacios culturales”. Acerca de los desafíos que afronta el proyecto de la Casona en este contexto de emergencia cultural, concluyó demarcando un horizonte, una meta en triple perspectiva: “A corto plazo es `sobrevivir`; a mediano plazo ser un espacio social y cultural para la mediación, producción, circulación y consumo de bienes y servicios culturales; a largo plazo poder mostrar una forma de gestión cultural comunitaria, sustentable social y ambientalmente”.
Micelio resiste, crece y contiene
Nicolas Zanni es un joven gestor cultural rosarino de ideas desbordantes. Es que sus proyectos artísticos resultan incontenibles, erupcionan, necesitan espacio para volar, contagiar y recibir al público. Todo arrancó en una casita chiquita de apenas 50 metros cuadrados donde junto a su compañera Paula crearon, sin pensarlo, una usina de arte que recibió el nombre del pasaje donde se ubicaba: Casa Espora. Una comarca diminuta escondida en pleno microcentro urbano donde la imaginación y la creatividad poblaron la cortada de coloridos bocetos, lecturas, performances, música, objetos y obras visuales a toda hora. El mundo de la Casa Taller comenzó a crecer como un hormiguero inquieto. Cada vez más gente concurría a los eventos organizados y, tras tres años de producción artística ininterrumpida, arribó al Centro Cultural Fontanarrosa con la colosal muestra “Exporrosa”.
“Incluimos 80 artistas, de todas las disciplinas, video, música, plástica, performance, artes visuales, gráficas, obras interactivas, happening, de todo. Ahí es donde se gesta la necesidad de un espacio mucho más grande donde poder desarrollar nuestras actividades, producir y presentar nuestras producciones y las que generamos en nuestro entorno. Fue un salto hacia otra cosa venir al galpón”, cuenta el gestor que piensa y ejecuta a lo grande. El galpón es Micelio, ubicado en Valparaíso 520, en el Barrio Agote.
“Inicialmente nuestra idea no era tener un espacio cultural, más que todo queríamos un espacio de producción propio, para poder mover nuestras gestiones e ideas. Pero el lugar era enorme, no entendíamos muy bien a lo que nos enfrentábamos, fue medio una locura en ese momento. Encima en medio de la macrisis del 2019. El primer mes fue restaurar el espacio y apenas tuvimos una sala disponible arrancamos con algunos eventos. Y así se fueron gestando talleres, producciones: se empezó a generar la red de Micelio. Después se vino la pandemia”, resume Zanni.
La red de Micelio es hoy un espacio cultural que alberga y contiene a una enorme cantidad de artistas que cuentan con la posibilidad de gestar, desarrollar y exhibir sus obras en sus diversas expresiones: es como una incubadora que abriga, alimenta y acompaña a la criatura creativa. Un enclave vital para la producción artística que padece la zozobra por la falta de una ordenanza municipal que lo reconozca como tal y permita trabajar en condiciones legales.
Micelio integra el colectivo CREC y milita por una regulación que otorgue derechos a la autogestión del arte. “Necesitamos simplemente existir como cualquier rubro, como un panadero o kiosquero. Existir, tener derechos y obligaciones. Al no estar habilitados no podemos aplicar tampoco a ningún tipo de subsidios que se otorgan a espacios culturales porque no existimos como categoría”, asegura el creador de Micelio.
La bella ordenanza durmiente
La Chamuyera fue punta de lanza del otrora colectivo ECUR ante la avanzada municipal que promovió, por entonces, reiteradas clausuras al establecimiento por irregularidades en la habilitación como a tantos otros centros independientes. A lo que debe sumarse el desgraciado suceso -ocurrido en octubre de 2016- del lanzamiento de una botella desde un edificio vecino que impactó en una joven que se encontraba en la vereda de la puerta del bar cultural. Exactamente el año anterior, en octubre del 2015, había fallecido por electrocución un músico al sufrir una descarga eléctrica mientras tocaba en el Café de la Flor. Estos sucesos trágicos provocaron que se redoblaran las exigencias y obligaciones a los espacios culturales, pero no teniendo en cuenta su verdadera naturaleza, sino equiparándolos a figuras comerciales de la nocturnidad que no desarrollaban el hecho artístico.
A mediados del 2021, superada la etapa de confinamiento estricto de la pandemia que puso en vilo la actividad artística, Micelio junto a otros espacios dedicados a la producción cultural volvieron a poner en el centro de la escena la emergencia del sector autogestivo y la necesidad de una regulación normativa a través de la campaña “Ordenanza Ya”.
Así se gestó el Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (CREC) que contiene a 70 centros y artistas de la ciudad. Y, con el apoyo y acompañamiento del Movimiento Unión Groove (MUG), presentó un anteproyecto de ordenanza, que ingresó el 7 julio del 2021 por mesa de entradas del Concejo municipal.
Los ejes de la iniciativa se resumían en tres tópicos principales: la creación de una categoría bajo el nombre de Espacios de Trabajo Cultural Independientes (ETCIs), la puesta en marcha de una comisión que acompañe el proceso de registro y habilitación de dichos espacios a fin de generar un espacio de diálogo entre los actores culturales y el Municipio y la confección de un Registro Municipal de Espacios de Trabajo Cultural Independiente que tenga como propósito hacer un seguimiento de las propuestas artísticas y fomentar el circuito cultural alternativo.
Este proyecto se evaporó en el laberinto de comisiones del Concejo, cuyo tratamiento quedó estancado y al día de hoy no ha habido ninguna novedad sobre la propuesta. Revista Atenea ha intentado sondear el estado actual del asunto en el Concejo, pero las comunicaciones han resultado infructuosas.
Paloma Gallardo es técnica escénica, gestora cultural e integrante de Micelio. Afirma que es urgente un cambio normativo que ampare los espacios culturales “porque desde la cultura se construye sentido y es una herramienta necesaria para transformar una sociedad más justa”.
Una de las claves del debate de la ordenanza es el tema de la nocturnidad. Gallardo entiende que hay un “tabú” en torno a esta cuestión con el funcionamiento de los centros culturales: “En relación a la nocturnidad lo que creo es que de alguna manera hay que sacarle el tabú. Es otra lucha de sentidos. Es importante saber que si bien está presente en algunas ocasiones la nocturnidad cuando se exhiben propuestas y proyectos culturales, también está el trasfondo en que se gesta. Es todo el tiempo cuando se produce, cuando se ejecuta, cuando se ensaya, cuando se elabora, cuando se materializa. Hay que pensar en espacios que se adapten a la necesidad de los proyectos artísticos y que puedan desarrollarse tanto en un marco nocturno como diurno”. A propósito de la triste saga de los cierres de espacios culturales en los últimos años, la gestora cultural advierte tres razones. “Una es la cuestión inmobiliaria, la cantidad de edificios que se están construyendo y como el Estado municipal prioriza esa industria antes que otras; la segunda es el conflicto con los vecinos cuya solución debe ser la mediación, cosa que no sucede, y la tercera es la falta de legislación y la clandestinidad a la que se obliga a los espacios a transitar porque no existe una categoría o rubro de habilitación que los contemple”, enumera la joven artista.
Justamente es el reconocimiento del hecho artístico y el lugar donde se desenvuelve los pilares que sostienen la propuesta normativa que anhelan las expresiones autogestivas. Contener el deseo creativo que la reglamentación vigente esquiva.
Así las cosas, en Rosario, la ciudad capital de la cultura popular, continúan cerrando los espacios que nutren la producción artística local por la ausencia de una ordenanza que reconozca su identidad y proteja a sus artistas.
Por: Facundo Petrocelli