INFORME
28 de octubre de 2022
Vivir en la calle: una tragedia silenciosa
La crisis económica muestra su costado más dramático en los índices de pobreza e indigencia que han escalado desde la irrupción de la pandemia. Censo en Rosario exhibe en números la postal del dolor. Néstor, uno de tantos que vive a la intemperie. Abordaje integral, la clave.
¿Qué es una “persona en situación de calle”? ¿Qué dicen las cifras sobre la “pobreza infantil”? Las estadísticas clasifican, recopilan y contabilizan: son operaciones aritméticas. Pero en esas expresiones técnicas no se nombra el frío, ni la violencia, ni el miedo, ni la soledad, ni el hambre, ni la vergüenza. Porque las personas pobres e indigentes no son números, son vidas e historias.
Según las últimas mediciones, el 51,4% de niños y niñas en nuestro país son pobres. Una familia es pobre, según definiciones del Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina (INDEC), cuando no cuenta con los recursos económicos suficientes para costear la canasta básica de consumo, que incluye no solo los alimentos mínimos, sino también bienes y servicios elementales no alimentarios, como vestimenta, transporte, educación y salud, entre otros. Cuando a una familia no le alcanza siquiera para comprar la comida, desciende un escalón por debajo de la pobreza, que es la indigencia.
En el Gran Rosario, durante el primer semestre de este año, la pobreza alcanzó el 36,5% y la indigencia el 8,8%. Traducidos esos guarismos significan que hay 522.992 personas que no cubrieron con sus ingresos el costo de una canasta básica de bienes y servicios. Algo así como 12 estadios de fútbol repletos. O, más sencillamente, casi la mitad de la ciudad. Y 140.774 ni siquiera pudieron costear el conjunto de alimentos esenciales.
Para entender mejor estos números, la frontera estadística de la pobreza está delimitada por el costo de la Canasta Básica Total (CBT) que el INDEC toma como referencia para efectuar las encuestas. Dicho costo en septiembre de este año ascendió a $ 128.214 para una familia tipo (dos mayores y dos menores) y se compara con los ingresos de los hogares. El otro parámetro económico del desamparo actualmente es de $56.732 que comprende la Canasta Básica Alimentaria (CBA), mediante el cual se mide la gente considerada indigente. Así es que se habla de las líneas de pobreza e indigencia como un mundo sumergido: por debajo de la línea de flotación.
En Rosario este cuadro desolador es una triste imagen cotidiana. La gente que vive en las calles se ha multiplicado y diseminado por toda la ciudad. Y se observan en diferentes rincones del microcentro personas que se guarecen dónde pueden. Bancos de plazas, parques, recovas, estaciones de servicio, esquinas.
Vivir a la intemperie significa, en términos estadísticos, estar por debajo de la línea de la indigencia. ¿Qué extraña capacidad de resistencia o tolerancia de acero hemos creado para seguir camino al trabajo mientras una familia duerme en una plaza o un niño revuelve en la basura con la mitad de su cuerpo metido en un container de residuos?
Datos del censo
El 20 de abril del 2021 se llevó a cabo el segundo censo de personas en situación de calle en la ciudad a partir de un convenio firmado entre la Municipalidad, la Universidad Nacional de Rosario y el Colectivo de organizaciones de situación de calle. El resultado del relevamiento arrojó la cifra de 492 personas que se encuentran viviendo en esta situación. El primer censo de este tipo fue en el 2017, el cual había reportado 389. Más números que ilustran el retrato de una desgracia cada vez mayor.
Desde el colectivo de las agrupaciones que trabajan con gente en situación de calle, Josefina García, integrante de Empoderar para transformar, celebró la adhesión de la Municipalidad y la Universidad en la organización del censo, destacando que “son dos actores importantes cuya participación conlleva un involucramiento y compromiso”. Y agregó: “Fue una primera experiencia conjunta y grande. Más allá de los resultados en sí está bueno como método de visibilización de la problemática, tanto para la sociedad como para el Estado. Porque cuando tenés una foto de determinado momento ya podés ir pensando o llevar adelante algún tipo de estrategia. Y a partir de eso es clave que se defina con quienes están a diario o en forma regular con la problemática para no errarle en lo que se propone”.
El rector de la Universidad Nacional de Rosario, Franco Bartolacci, subrayó que la institución universitaria debe participar activamente en el abordaje de la problemática: “Entiendo que la Universidad tiene que estar involucrada en todos los temas de agenda de la ciudad. Básicamente porque la Universidad es consecuencia del esfuerzo colectivo que hace una sociedad para sostener una institución como la nuestra. Eso significa que todo lo que producimos, aprendemos, enseñamos, generamos, tiene que estar a disposición no solo de formar profesionales sino también de ser herramientas que puedan cambiarle la vida a esa sociedad”. A su vez, detalló algunas acciones específicas que se vienen desarrollando desde el ámbito universitario para contribuir a la dramática problemática que atraviesa la población más vulnerable: “Lo que hacemos es acompañar a las organizaciones que tienen un trabajo territorial más fuerte y a la Municipalidad a través del área de desarrollo en las estrategias e intervenciones que planteen, coordinadas por el Área de Extensión de la Universidad. Hemos hecho encuentros solidarios en nuestros comedores, hemos participado del plan de asistencia y acompañamiento del censo. Todas las acciones en que se convoque a la Universidad Pública vamos a estar ahí porque entendemos que es una responsabilidad hacerlo”.
José Luis Tabares, Director General de Situaciones Emergentes de la Municipalidad, comentó que un dato preocupante que arrojó el relevamiento es el incremento de la cantidad de jóvenes en estado de calle. “Notamos que hay un aumento de personas más jóvenes que está complejizado por la violencia urbana y territorial lo cual provoca chicos expulsados de sus territorios y acompañado de mucho consumo. Ahora se observa una rotación de jóvenes que quedan en calle”, señaló el funcionario municipal.
Néstor, un nombre detrás del número
Néstor ronda los 40 años y se afincó con sus cosas ambulantes en una esquina céntrica de la ciudad, tras un periplo errante por refugios y paradores. Cuenta que no tiene familia, conocidos, ni amigos. Y que hace más de 20 años se encuentra viviendo en la calle. Sus pertenencias están a la vista de todos: un colchón deshilachado, una valija grande, plateada, sobre la que se sienta; bolsos, trastos y bultos de diferente tamaño atados con sogas; bidones de plástico vacíos; una frazada; un carrito rojo de rueditas con diferentes compartimentos en el que guarda todo tipo de chucherías: utensilios de cocina, cubeteras, tuppers, una radio, una calculadora, una linterna.
“Lo más duro es la noche porque pasa muy lento. No hay nadie y hay mucho silencio. Tengo que cuidar mis cositas, que no me roben. Y cuidarme de la gente mala. Hay veces que chicos que salen borrachos de los boliches me golpean. Una vez terminé en el hospital. Me dejaron el ojo así”, narra Néstor. Y con su mano dibuja un círculo imaginario sobre uno de sus pómulos.
Duerme alrededor de tres horas por noche, lee, hace anotaciones en un cuaderno y dibuja. “Algunos dibujos los vendo. Dibujo lo que sueño. Sueño muchas cosas. Pero no dibujo lo que pienso. Eso lo guardo para mí, no quiero que lo sepa nadie”.
- ¿Qué soñás? - le pregunto y me mira con ojos cansados, como gastados de tanto mirar el mar de gente y automóviles que lo rodea.
- Sueño con tener una oficina y ahí sí voy a poder dibujar lo que pienso.
- ¿Y qué anotás en el cuaderno?
- Mapas, caminos, rutas para llegar a Brasil.
- ¿Por qué querés ir a Brasil?
- Porque allá me voy a hacer los dientes y a cortar el pelo. Yo tengo dientes muertos, de ancianos. Me los pusieron en el Centenario y son dientes de gente muerta, pero en Brasil los dientes son de hueso de indígena. Son dientes fuertes, vivos. Y de ahí voy a viajar a Estados Unidos. Seguro que allá consigo trabajo.
Dice el tango que veinte años no es nada. Pero en la calle es mucho. Néstor habla torrencialmente y es difícil interrumpirlo. Cada tanto agarra la calculadora y empieza a hacer cuentas para explicar sus ideas con números. Cuenta los kilómetros a Brasil, lo que gana un empleado de supermercado por cada hora que trabaja, el impuesto de las cosas que consume, los colectivos que pasan por la esquina, la plata que tendría que conseguir para tener su oficina, las ganancias del día que los vecinos le depositan en una urna de cartón. Pero Néstor no solo necesita monedas, sino palabras. Dice que en el barrio lo tratan bien y lo cuidan. Que una vecina que se llama María le cocina costeletas y hamburguesas y que algunos le han pedido conocer sus dibujos.
Salud mental en primer plano
Hay un consenso generalizado de los especialistas que la única manera de diseñar políticas públicas eficaces para combatir esta catástrofe social es a través de un abordaje integral que ponga su eje en el cuidado de la salud mental. Hay un alto impacto psicológico que produce el hecho de vivir en la calle y que muchas veces es el factor desencadenante que conduce a esta situación. Tabares, desde su gestión en la cartera municipal, no duda al respecto: “Haría una separación entre pobreza y personas en situación de calle. Obviamente que termina en una situación de pobreza e indigencia quien está en la calle. Pero no quiere decir que alguien que sea pobre va a terminar necesariamente en la calle. Nosotros, de hecho, hemos visto casos de gente de clase media, profesionales, otros que han tenido comercios importantes, que terminaron en calle no por una situación de pobreza, sino de salud mental y de adicciones que los hicieron desafiliar de todos sus contactos y cercanía. La persona que está en calle tiene un problema más grave que termina rompiendo los vínculos con toda su familia y amigos. No es un problema únicamente económico, tiene que ver con una cuestión más del ámbito de la salud mental”.
Por su parte, Josefina García, con una nutrida experiencia en trabajo de campo a través de organizaciones sociales, aporta una mirada similar: “Nuestra visión es que la problemática es multidimensional que abarca un montón de causas y no se puede adjudicar a una sola. Lo que vemos muchas veces es que la cuestión de la salud mental en sus distintas variantes y variables, ya sea de forma previa o en el momento que las personas terminan estando en la calle, se ve afectada de manera drástica, como le pasaría a cualquiera de nosotres”.
En diciembre del año pasado, el Congreso de la Nación aprobó la Ley 27654, cuyo eje vertebrador es el abordaje integral de la problemática a través de equipos interdisplinarios, la creación de un registro nacional de centros de integración y acompañamiento comunitario donde se brinden espacios terapéuticos, talleres y capacitación a las personas en situación de calle y con consumos problemáticos.
García elogió la iniciativa legislativa y recomienda su réplica a nivel local con una ordenanza del Concejo Municipal: “Una cosa importante que se tiene en cuenta en la ley nacional es la participación genuina de la persona en situación de calle en su proyecto de vida y otra es la creación de centros integrales que, a diferencia de los refugios que tiene que ver con lo asistencial, con un techo, con comida, con cuestiones de necesidades básicas; también apunta a un abordaje de salud mental, herramientas laborales y demás cuestiones que las personas necesita tratar. Sería genial que se implemente y se adapte a nivel local en Rosario con una ordenanza del Concejo. Por más que una ordenanza no garantiza nada, es un aval importante para que el Poder Ejecutivo lleve adelante estrategias, medidas y programas”.
Mientras tanto, cientos de personas como Néstor deambulan por la ciudad, buscando un lugar donde guarecerse del frío, del viento, de la lluvia, de la vida. Madres sentadas con sus bebés alzados en la puerta de supermercados con miradas y manos suplicantes. Niños y niñas cabizbajos que ofrecen estampitas y pañuelitos descartables. Son los rostros visibles de un flagelo social que las estadísticas traducen en glaciales matemáticas.
Por: Facundo Petrocelli