Domingo 26 de Marzo de 2023

COBERTURAS

6 de abril de 2022

Psicotropiar: un festival en clave para liberar cuerpos

La nave psicotrópica aterrizó en la playa de la música de Rosario tras dos años de inactividad por la pandemia. Feriantes, performers, DJs y bandas con una estética original y sonoridad alquímica animaron un baile nocturno inolvidable frente al río.

Se fue el verano, vino el otoño. Y como despedida –y bienvenida- en este fluir del tiempo y de la vida, el Psicotropía Tour desembarcó por primera vez en Rosario con una variada y nutrida propuesta artística que apeló a los sentidos, a la imaginación y, sobre todo, a la fiesta de encontrarse. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo” sostenía el filósofo Baruch Spinoza, allá por el siglo XVII. Hoy, en un 2022 pospandémico, luego de padecer interminables meses de encierro y aislamiento, la gente que concurrió al festival dio rienda suelta al disfrute de bailar, cantar y moverse al ritmo de las bandas psicotrópicas. Flotaba en el ambiente una necesidad de relajarse y juntarse, de volver a un ritual largamente postergado por la pandemia: los recitales en vivo. Un nuevo Woodstock, una revolución de cuerpos presentes y deseantes, en tiempo y espacio, que estalló en la Playa de la Música como una marea imparable.

Cerca de las 18 hs, se habilitó el ingreso del Camping del Sindicato de Trabajadores Municipales, pegado al Acuario, donde se montó el escenario a orillas del río Paraná. En poco más de media hora, la explanada de césped que ocupa el predio se llenó. Rostros pintados con glitter, looks psicodélicos, pelos con tintura rosa y violeta, camisas y pañuelos floreados. Una explosión de colores en el atardecer otoñal, mientras sonidos misteriosos, aterciopelados y novedosos provenían de Biyo, el joven y talentoso grupo rosarino que abrió el show. Había puestos de comidas, islas con mesas y sillones de madera, una feria americana, guirnalda de luces y un dron que sobrevolaba por encima del público entre el revoloteo rasante de algunos murciélagos. Luego fue el turno de Mona Bondage, otra banda local que copó la parada con su esperado y ansiado debut haciendo de las suyas con su inconfundible repertorio de indie y funk. Lxs fanáticxs, agradecidxs, pedían más, a medida que las latas de cerveza vacías comenzaban a reventar los tachos de basura.

La grilla musical continuó con un conjunto del conurbano bonaerense que sorprendió de movida con un tango desafiante. Como antes Piazzolla revolucionó el género, lxs chicxs de Pampa Trash tomaron la posta. Un bandoneón fulgurante con power eléctrico exhibió con solvencia infinitas posibilidades rítmicas de la histórica canción rioplatense. El cierre a tope con la “Cumbia milonguera” habla de la propuesta artística de lxs herederxs rebeldes de Astor. Bailaron Lucía Berardo y German Ruiz Díaz, quienes desplegaron todo su oficio y sensualidad al compás de este 2x4 fusionado de matices deconstructivos. Ya la noche estaba a punto caramelo para servir en bandeja un plato fuerte: el retorno de Cepillo, la banda funense de rock que volvió a presentarse en público tras un impasse de dos años. Para que el ambiente no decaiga, imposible ya a esa altura en que el festival alcanzaba un nivel mil de efervescencia, aparecieron en escena otras dos bandas que hicieron vibrar las neuronas psicotrópicas: ÑÑÑÑ y Chokenbici.

Pero además, hubo una ronda de malabares con antorchas que seguían el ritmo de la múscia y alimentaban el misterio clásico del festi que se lleva muy bien con la oscuridad de la noche, la luna y las estrellas. Sus canciones electrizantes provocaron hipnosis y cadenciosos meneos de cabezas en lxs espectadores, algo así como un mantra chamánico que venía de las islas. Para cerrar hacía falta contar cuentos. Y los encargados fueron quienes mejor saben hacerlo en la ciudad con sus recursos sonoros exquisitos e inagotables: los integrantes de Los Cuentos de la Buena Pipa. Enhebraron una sucesión de canciones bailadas por Sofi Colocciani colgada de su pelo, un espectáculo que hizo vibrar los corazones. 

Con la luna y las estrellas de testigo, mientras los buques cruzaban lentamente por el canal fluvial como sonámbulos silenciosos y las antorchas se apagaban, el festival llegó a su fin. Y los cuerpos pudieron experimentar un viaje sensorial en un río de emociones colectivas.

Por: Facundo Petrocelli. 

 

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